Estilo de vida

La poesía gastronómica

Desgajar la cebolla, cortar ajo, perejil, tener el pollo entre mis manos mientras lo unto con limón, lo salpimiento y luego a la sartén con un poco de aceite de girasol para escuchar el crujir de su cocción crean mi lugar feliz.
Hace algunos días me di cuenta de que mientras adobo las comidas, huelo los guisos, mezclo especias o hago cremas espesas, cargadas de hierbas aromáticas experimento una paz y una alegría como en pocos lugares.
Es como una forma de reivindicarme con mi existencia, aunque he escuchado, por algunos, que eso que siento ocurre ya que no tengo que cocinar por obligación, sino que lo hago por puro placer. Lo cierto es que allí el tiempo pasa de prisa, ameno y ligero.
En la cocina pongo algo de música, quizás algún mantra o hasta en silencio. Me gusta lo que pienso mientras me desempeño en los calores del fogón, las aguas burbujeantes y el sonar de la tabla de picar junto al filo de las cuchillas. También me encanta descubrir nuevas recetas.
Una de mis favoritas de este año la encontré en la cuenta de Instagram de @eyeswoon. Ella, por ejemplo, transforma unos simples huevos fritos en una fantasía culinaria, al mezclar todo tipo de hierbas frescas, tus favoritas, con un chorro de medio limón, un poco de aceite de oliva, sal y pimienta.
En mi caso usé tomillo, cebollín, romero, menta y albahaca, todo picadito pequeñito. Fríes los huevos y luego le pones la mezcla junto al limón.
El resultado es totalmente inesperado. Cocinar te lleva al pasado, al presente y al futuro. En cada bocado hecho por ti con ingredientes frescos, muerdes verano, pedacitos de sol y brasas de fuego, viento y agua. “Cocinar me enseña el arte de ver mi propia historia, como si está ya fuera ceni-za en la memoria” ( Jorge Luis Borges – Soneto al Vino”

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