Estilo de vida

«El Último Baile”

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Graciela me llamó con una voz que reflejaba un extraño equilibrio entre tristeza y aceptación. Su esposo, Vittorio, quien por años había librado una batalla contra una enfermedad implacable, había tomado la decisión de partir con dignidad, rodeado de amor y con el consuelo de saber que su sufrimiento pronto llegaría a su fin.


Apenas entré en la habitación vi a muchos de sus seres queridos alrededor. No era el lamento lo que llenaba el espacio, sino una mezcla de serenidad y paz que fluían libremente entre todos. Aquel día, pude presenciar algo que desafiaba todas mis concepciones previas sobre la muerte.


No vi una angustia desgarradora, ni llantos desolados, sino la celebración silenciosa de una vida que había sido disfrutada plenamente, y la tranquila certeza de que, aunque la vida llegaba a su fin en su forma física, el amor y los recuerdos perdurarían para siempre.


Este santuario de despedida a Vittorio es conocido como confort care ”, o cuidados reconfortantes ”. ¿El objetivo? Reducir la intensidad de la terapia medica ya que la carga supera los beneficios, y porque el individuo reconoce que se acerca el final de su vida aquí en la tierra.


Por más de tres años, Vittorio vivió un vía crucis de medicinas, laboratorios, y visitas médicas que solo lo dejaban exhausto y desorientado. Así fue como ambos decidieron que Confort Care era la mejor opción. Aquella tarde, Graciela puso la música favorita de Vittorio. Sonaba New York, New York de Frank Sinatra cuando de pronto llegó una arpista a interpretar algún tema de su preferencia.


Graciela no estaba segura de que fuera una buena idea, pero igual la dejó. No duró mucho porque el paciente no era muy fan del arpa.


Horas después, Vittorio anunció su despedida: Estoy listo ”, le dijo a Graciela. Pidió quedarse a solas con ella ya que no le estaba gustando la manera en cómo todos lo miraban; como una presa moribunda, y sin decir palabra alguna. Una vez solos, Graciela sostuvo la mano de su esposo hasta su último aliento, agradecida de que el dolor desaparecería, para siempre, y al mismo tiempo triste porque sabía que Vittorio se iría más allá de las fronteras de lo tangible.


En medio del dolor y la pérdida, aprendí una lección invaluable sobre la importancia de abrazar la vida en todas sus facetas, incluso en su inevitable final. Porque en ese último baile, descubrimos que la muerte no tiene por qué ser un adiós, sino más bien una transformación de ese amor que sentimos por ese humano que se va, y que lleva consigo vínculos indestructibles que habíamos forjado en vida.

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