La comida es información para el cuerpo. Todo lo que ingerimos tiene un efecto positivo o negativo en él. Por eso nuestra nutrición debe ser bien planeada, de modo que nos sirva de combustible para tener un buen rendimiento físico e intelectual en el día a día. Si tomamos decisiones repentinas sobre lo que habremos de comer, es muy probable que terminemos por consumir alimentos pobres en nutrientes, que nada van a aportar a nuestra buena salud.
En el caso de los niños, la situación es aún más crucial. Su desarrollo depende en gran medida de lo que comen y la prevención de enfermedades a través de la correcta elección de los alimentos es una tarea que no podemos de ninguna manera subestimar.
Es común cometer errores en el proceso de enseñar a los niños a comer bien. Uno de ellos es exigirles que no dejen nada en el plato, forzándolos a seguir comiendo, incluso ante sus señales de saciedad. Esto convierte la alimentación en una verdadera tortura de la que seguramente tratarán de escapar.
Otra dificultad se presenta cuando la hora de la comida se convierte en un momento para hablar sobre temas incómodos o desagradables: las calificaciones, la falta de dinero, las quejas de los profesores, los reclamos entre la pareja, etc. Las comidas deben ser espacios para relajarse, sin gritos, sin distracciones como la televisión o la radio.
Por otro lado, enviar a los niños sin desayunarse a la escuela, pensando que a la hora del almuerzo compensarán la falta de alimento, no es para nada una buena idea. El cerebro necesita glucosa para funcionar y se obtiene de los nutrientes. Una comida no compensa la otra, lo que podemos provocar es una ingesta excesiva de alimentos ante la ansiedad ocasionada por el hambre acumulada.
Hay otro error muy común y no menos peligroso. Cuando ofrecemos los alimentos como premios o castigos estamos instaurándoles la creencia de que la comida sirve para saciar vacíos emocionales, en lugar de que la perciban como su aliada para estar fuertes y sanos, con un buen sistema inmunológico, y así poder ser más productivos y tener más energía.
Te aconsejo ofrecerles a tus hijos una dieta variada y equilibrada, donde no satanices ningún alimento. Por ejemplo, incluye frutas, vegetales, cereales, proteínas y, ¿por qué no?, algo de golosinas también, pero no conviertas los dulces en un ingrediente diario; establece pautas, todo con moderación y en su justa medida puede comerse. La rigidez no suele ser nunca una estupenda idea.
Por último, evita la monotonía y preséntale de forma atractiva los alimentos. Echa a volar la creatividad y hazlos parte de la elaboración de las recetas de la casa. Ponle colores y esmero al plato: todo entra primero por los ojos.
¡A comer saludable! Ya no es una opción, ¡es nuestra obligación!