Y tú, ¿Por qué estas casado? ¿Por qué tienes novio? ¿Qué buscas o evitas de ti mismo? Cenábamos entre amigas, una noche de navidad. Éramos más de diez, cuando una de ellas, Mili, me preguntó: y tú Mariana, tan bella, se ve que eres simpática, ¿por qué no te has casado? ¿Qué problema tienes? tienes?”.
Entre risas y miradas inquisidoras, y otras tratando de justificar mi estado civil, entendí que ella no iba en contra mía, sino que simplemente Mili era parte del inconsciente colectivo. Estaba atrapada en los mandatos culturales tradicionales, y en la idea obsoleta del matrimonio como entidad social. Su ADN había olvidado que el matrimonio nada tenía que ver con el amor, ni con su valía como mujer.
Siempre he creído que el matrimonio fue importante en algún momento de la historia, y seguro lo sigue siendo en algunos lugares en donde a la mujer no se le permite crecer a la par del hombre, ni tampoco tener los mismos derechos.
Por ejemplo, en la Roma antigua, al casarse, la mujer tenía el derecho de ser la madre legítima y reconocible de los hijos de un varón, lo cual le confería el derecho a heredar los bienes que dejara su marido al fallecer. Aquí lo veo totalmente justificado. Se trataba de la perpetuación de la especie y la protección de las generaciones venideras.
Sin embargo, las cosas han cambiado considerablemente, y el matrimonio se ha vuelto algo desfasado. ¿No les parece? Se ha desvirtuado el concepto, y han ligado al matrimonio con el amor y la felicidad.
Quizás, entonces, y en los tiempos de ahora deberíamos replantear el estigma: y en lugar de preguntar «¿Por qué estás soltero?», podríamos cuestionar «¿Por qué estás casado? ¿Por qué tienes novio? ¿Qué buscas o evitas en ti mismo?
Esta pregunta, aunque provocadora, busca desafiar la idea de que el matrimonio es siempre un ideal deseable o una evidencia de éxito personal. Tal vez, quienes se casan lo hacen para llenar vacíos emocionales, satisfacer expectativas externas o evitar confrontar su propio miedo a estar solos.
La soltería no es un problema, sino una elección válida. Y el matrimonio, más que una meta a alcanzar, debería ser una decisión profundamente meditada y libre de imposiciones.
Al final, ni la soltería ni el matrimonio garantizan la felicidad; esta depende de la autenticidad con la que vivamos nuestras elecciones, sin ceder al peso de los prejuicios sociales.
Y tú, ¿te has formulado esas preguntas?