Hoy en día escuchamos cada vez más la expresión “tomar conciencia”, pero muchas veces no reconocemos su magnitud, todo el trabajo que requiere, ni los impactos que genera. Para empezar, es importante apuntar que la toma de conciencia es una introspección profunda y sincera para hacer consciente lo inconsciente.
Esta tarea nos exige esfuerzo y valentía para hacernos preguntas y respondernos con sinceridad: ¿qué emociones siento? ¿qué sensaciones percibo en el cuerpo? ¿qué pensamientos se me vienen a la cabeza en ese momento? ¿qué sucedió externamente (contexto) que detonó en mis esas emociones, sensaciones, pensamientos? ¿qué acciones realizo ante la situación (actitud, silencio, selección de palabras, tono de voz, movimientos, etc.)?
Así pues, el elemento fundamental para esta primera parte del reto es la observación: examinarnos a nosotros mismos con sinceridad. Después pasar a la aceptación: aceptar las respuestas que nos damos tal como son, nos incomoden o no. Y finalmente, ejercer el cambio, generar una nueva construcción con ese conocimiento para aliviar el malestar e impulsar el bienestar.
Tomar conciencia es entonces una tarea retadora multidimensional que nos permite conocernos y transformarnos. No podemos sanar lo que no vemos.