La aceptación es aprender a reconocer la realidad tal como es, asumirla sin reproches, sin necesidad ni exigencia de cambiarla en el presente, incluso cuando va en contra de nuestros deseos. Es importante diferenciar la aceptación de la resignación. La primera propone un escenario con posibilidades para sanar y mejorar en el futuro. Mientas que la resignación conduce a la desesperanza, a sentir que no se puede hacer nada.
La aceptación incluye:
La aceptación de lo externo: reconocer que hay sucesos fuera de nuestro control, acogerlos, procurando adaptarse de la mejor manera posible.
La aceptación del cambio: abrazar la incertidumbre, admitir la adversidad y reconocer que todo cambia, y que los cambios (buscados o impuestos) provocan incomodidad.
La aceptación propia: ser conscientes y estar dispuestos a entrar en contacto con todos nuestros pensamientos, emociones y acciones, sin pretender cambiar nuestra experiencia en el momento, con todas nuestras fortalezas y limitaciones, incluso cuando generan incomodidad. Reconocer que el ser humano es por naturaleza imperfecto y comete errores. Concebir los pensamientos, las emociones y acciones son componentes naturales de nuestra humanidad.
La aceptación del otro: comprender que todos somos seres humanos con fortalezas y debilidades, que todos crecimos y aprendimos de una manera única e irrepetible, por lo tanto, cada persona es un mundo. Aceptar al otro implica admitir y abrazar la diferencia, cultivando así relaciones sanas sin idealizar ni rebajar al otro.
La aceptación nos permite estar presentes e incrementar nuestro bienestar.