¡Ah, el ciclo clásico del entusiasmo inicial! Déjenme contarles que fue lo que pasó: Una tarde de estas me veía en el espejo y no me gustó lo que vi reflejado en él.
Una mujer de 48 años, sin hijos, con mucho tiempo disponible por delante para ejercitarse y dinero para comer sano, y con una veintena de kilos de más, sinvergüenza y desmedida comiéndose todo lo rico que veía a su paso.
En ese momento decidí que quería un cambio, así que al día siguiente y de forma diligente me inscribí en el gimnasio y desayuné lo que para mí fueron dos tristes huevos fritos con una media sonrisa de aguacate.
Pero no te preocupes, Mariana ”, pensé ““¡es completamente normal! Ya verás como te acostumbras a este nuevo estilo de vida y logras el cuerpo de tus sueños. sueños.” ¿Final del cuento? Pues que sigue siendo un sueño.
El entusiasmo por cualquier cosa que te propongas se asemeja a una ráfaga de confeti: colorido, emocionante al principio, que desaparece más rápido de lo que esperas. Al principio, te sientes como un superhéroe, listo para conquistar el mundo con tu nueva suscripción al gimnasio y tu resolución de comer menos.
Estás en modo ‘Rocky’ entrenando para la pelea de tu vida. Luego, la realidad te golpea más duro que un saco de boxeo.
Ir al gimnasio dos veces al día se hace aburrido, y rechazar ese postre delicioso se convierte en una batalla épica entre tu fuerza de voluntad y tu amor por el dulce.
Las semanas pasan, y de repente, te das cuenta de que lo que quieres es estar en el sofá de tu casa y no en una bicicleta estática.
Y así, tu sueño de llegar a la tercera edad como un Adonis o una Venus se pierde lentamente en el humo de tus buenas intenciones.
Bien decía anónimo, que la motivación es el impulso que nos lleva a iniciar algo con determinación para alcanzar una meta, mientras que la disciplina es la voluntad que te permite darle continuidad al proceso que te va a llevar a ese objetivo.
Lo cierto es que no todo está perdido. Recordé que incluso los superhéroes tienen días libres.
Así que cuando me vi acostada en el sofá, con una bolsa de papas fritas en una mano y el control remoto en la otra, dije: La verdadera fuerza, Mariana, está en levantarte y volver a intentarlo, aunque ya hayas tratado cincuenta veces distintas en el transcurso de tu vida. ¡Adelante, héroe de la vida cotidiana, que la próxima vez sí lo logras!