Ana Elena invitó a su sobrino a una noche de películas y pizza.
Mateo, con tan solo catorce años, aprovechó para contarle a su tía algo que lo tenía confundido, su abuela materna le había soltado que su papá, hermano de Ana Elena, había dejado a su mamá por otra mujer.
Así, sin matices, sin contexto, sin entender que esas palabras podían convertirse en una herida profunda para un niño que apenas empieza a descubrir el amor, la lealtad y la decepción.
Se lo dijo en voz baja, como si el solo repetirlo le doliera.
Y antes de continuar, le pidió una promesa:
“No se lo digas a nadie, tía, no quiero hacer daño.”
Ana E. sintió un nudo en la garganta. No solo por la tristeza en sus ojos, sino porque entendió que su sobrino estaba cargando un peso que no le correspondía.
La conversación que lo cambió todo
Al día siguiente me llamó enfurecida:
“¿Pero qué se cree esa vieja insolente? ¿Qué puede mover a un adulto a hablarle así a un niño? ¿Una necesidad de desahogo? ¿El deseo de defender a su hija, a quien siente víctima? ¿O simplemente la ceguera de no medir el alcance de una frase dicha desde el dolor? Es una vieja mala.”
Esa conversación me dejó pensando en cuántas veces los adultos depositan en los hijos sus versiones del dolor, como si al contarlas aliviaran algún síntoma.
¿Cómo explicarles que los adultos a veces dicen cosas desde la rabia o la frustración, sin medir el daño que pueden causar en quienes más aman?
El impacto de las palabras en los niños
Los divorcios no son simples. No se rompen por una sola causa, ni por una sola persona.
¿Ustedes están de acuerdo?
Los divorcios son una acumulación de muchas cosas que terminan rompiendo lo que alguna vez fue hogar.
Cuando reducimos esa complejidad a una frase como “tu papá se fue con otra”, no solo distorsionamos la verdad, también condenamos a ese niño a mirar a uno de sus padres con culpa o rabia, y a cargar con un peso que no le pertenece.
En este caso, todo quedó reducido a una oración cruel, a una historia incompleta que dejó cicatrices.
Lo único que necesitaba Mateo en ese momento era saber que su familia lo seguía queriendo y que no debía elegir un bando, porque el amor de sus padres seguía siendo suyo.
Cuidar las palabras: un acto de amor
Quizás el acto más amoroso, cuando una relación se rompe, es cuidar las palabras que los niños escuchan.
Desde ese día, me pregunto si la abuela siniestra, como la llama Ana Elena, no se preguntó:
“¿Esto que voy a decir lo ayudará a entender o solo lo hará sufrir? ¿Estaré descargando mi propia frustración?”
Las palabras también pueden marcar para siempre.
Y si fuese verdad que la única razón hubiese sido la infidelidad…
¿Crees que un niño debe conocer los motivos del divorcio de sus padres, o hay verdades que deben esperar hasta que el corazón esté listo para entenderlas?
