Octubre pinta las calles de naranja y negro, Halloween se viste de misterio y travesura. Es una fiesta que, a simple vista, pertenece a los más jóvenes por los disfraces, sustos y bolsas llenas de dulces. Pero si miramos más allá de las calabazas, descubrimos un puente mágico hacia la ternura de la tercera edad, donde los verdaderos tesoros no son los chocolates, sino los momentos compartidos.
En un mundo que a menudo margina a los abuelos, Halloween se convierte, sin querer, en una de las noches más inclusivas del año. Es la excusa perfecta para que los nietos, emocionados con sus disfraces, irrumpan en las casas de sus abuelos para hacerles el primer «dulce o truco». Esa visita, ese abrazo con sabor a chocolate, esa casa llena de risas infantiles es un bálsamo para el alma que a veces navega en la soledad.
Los abuelos mientras reparten caramelos, siembran historias. Son el vínculo viviente con un Halloween más sencillo, hecho en casa, donde un disfraz era una capa vieja y una máscara de cartón. Al compartir estos recuerdos, no solo entregan dulces, sino que regalan herencia y un profundo sentido de continuidad familiar.
Para que la magia de la noche no se vea empañada, es importante que los abuelos tomen algunas precauciones sencillas. Si reparten dulces en casa, asegurarse de que la entrada esté bien iluminada y despejada de obstáculos como macetas o cables sueltos para prevenir caídas. Es recomendable entregar los dulces en la puerta sin invitar a entrar a personas desconocidas. Si van a salir a acompañar a sus nietos, es ideal hacerlo en compañía de un adulto más joven, llevar una linterna y elegir aceras en buen estado: así se garantiza una velada llena solo de alegría y libre de contratiempos.
Para ellos, cada golpe en la puerta es una ventana a la alegría. Ver desfilar a tantos niños, con esa energía e inocencia, reactiva sus corazones. Es una noche que los saca de la rutina, les da un propósito festivo y los reconecta con la comunidad. Es un recordatorio de que, aunque el cuerpo ya no esté para grandes sustos, el espíritu sigue joven cuando se llena de cariño.
Este Halloween, animemos a los niños a visitar no solo las casas de los vecinos, sino especialmente las de sus abuelos o de aquellos mayores que viven solos. Convirtamos el «dulce o truco» en «dulce o abrazo», porque el regalo más valioso que podemos darle no cabe en una bolsa de golosinas. Cabe en un abrazo largo, en una risa compartida y en la memoria cálida que se construye cuando la sabiduría de la edad se encuentra con la magia de la infancia. Ese es el hechizo más poderoso de todos.